martes, 3 de mayo de 2016

De vuelta a las andadas

Después de una eternidad en el encierro, el domingo por fin, pudimos ver la luz de sol otra vez.  El destino nos llevó directamente al centro de Coyoacán y a sus muchos puestos callejeros.  Yo, sumida en el estado más hormonal del mundo, caminaba aturdida, deseando  y salivando por todo lo que veía, mientras Haru me seguía calladamente intentando no despertar al monstruo que me posee durante esos días del mes.  Como no pude tomar una decisión y Haru tenía demasiado miedo como para opinar, una tercera persona (Jess Ñeco, amiga y nalga derecha de Haru) con su cordial tono dijo: “Ya maricas, vamos por unos esquites, unos churros y un raspado”. Admiradas por tal capacidad de decisión, no nos atrevimos a contradecirla.
 De las tres opciones que había de esquites: tradicionales, hervidos con chile de árbol y asados, nos decidimos por los segundos, los cuales estaban buenísimos, el chile de árbol les daba un toque picosito sin opacar al tradicional chile piquín.
Los churros fueron una decisión más complicada, había demasiada variedad, pero una vez que leí “Nutella” todo lo demás desapareció. Sin embargo, al mirar los gestos de desagrado de mis dos acompañantes, me vi en la necesidad de pedir otro de “Lechera”, pues para mi sorpresa y suerte (el churro de Nutella sería todo para mí) a ninguna de las dos les gustaba tal manjar.
Jess, tan independiente como cordial, regresó de puesto de raspados con uno grande de mango, sin pedir nuestra opinión. Desafortunadamente, yo me estaba recuperando de una gripa fulminante y, cual niño castigado en dulcería, me quedé con el antojo.
Los esquites desaparecieron casi de inmediato y me aproveché de que Haru estaba entretenida con el raspado, para casi terminármelos. Sin embargo al voltear a verla y notar la mirada “ojo Remi” en su rostro, me sentí terriblemente culpable, por suerte tenía un churro de Nutella que me quitó la culpa en seguida.

Salvo la crisis hormonal, fue un buen día y un digno regreso de Garnacha Porn.

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martes, 1 de marzo de 2016

Nos echamos un caldo con la Güera

Era un sábado por la tarde, y como normalmente sucede, no teníamos dinero. Habíamos llegado al punto de pensar en vender nuestro cuerpo a cambio de comida hasta que el papá de Bea gritó desde el cielo (bueno, desde el piso de arriba): “¿quieren comer pescado?” Por supuesto, aceptamos; un ofrecimiento tan generoso es imposible de rechazar. Así que nos dirigimos al local de pescados y mariscos “La güera” cerca del Bosque de Tláhuac.
El lugar era acogedor y el ambiente agradable, incluso había un cantante que compensaba su falta de conocimiento del idioma de Shakespeare con las ganas que le echaba a sus interpretaciones de “Los bitles” y otros éxitos en inglés.
La mesera que nos atendió (por cierto una mujer sumamente cordial) nos recibió con una quesadilla de pescado guisado con distintas especias y verduras, la cual terminó en el estómago de Bea pues, como ya es bien sabido, no me gusta la cebolla.
En un lugar así, la comida es importante pero la bebida también y, como no hay nada mejor para acompañar el pescado que unas cervecitas, lo primero que hicimos fue pedir unas bien frías. Yo me quería ver moderada ante los papás de Bea así que pedí una Victoria pequeña. Bea, por el otro lado, aprovechando que sus padres pagarían, se dio gusto con una yarda saborizada con mango.
Al momento de ordenar los alimentos, inocentemente, le pregunté a la mesera si había mucha diferencia entre el caldo de mariscos grande y el chico. Me dijo que no y como mi hambre era abundante y apremiante, me atreví a ordenar el más grande. Sobra decir que cuando vi el tamaño del platillo, toda la moderación que me había propuesto se fue al demonio. Era el plato más grande que había visto en mucho tiempo, tenía tres pedazos de pescado, camarones gigantes y una jaiba descomunal. La comida de Bea no se quedaba atrás: era una mojarra enorme acompañada de papas, arroz y ensalada.
El caldo estaba delicioso y, aunque al inicio parecía que no me lo terminaría, ese día descubrí que mi capacidad para comer es mayor de lo que yo creía: no sólo me terminé el caldo, sino que además, le ayudé a Bea con su mojarra, la cual también estaba buenísima y compartimos unos duraznos con crema que ella se atrevió a pedir de postre (aún sin haberse terminado su platillo).

Como la prudencia y la moderación ya se habían perdido desde hacía rato, pedimos otro par de chelas para cerrar la cena con broche de oro y salimos rebotando alegremente del lugar.

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lunes, 15 de febrero de 2016

El huarache del Papa

Ese fin de semana teníamos un plan bien establecido, la idea era vegetar viendo películas de terror hasta morir de miedo o quedarnos dormidas en el intento, pues debido a la visita del Papa estaban cerradas todas las vialidades cercanas. Sin embargo, antes de embarcarnos en una tarea tan ardua teníamos que recargar energías y a Haru se le ocurrió, desafiando la cuaresma, ir a degustar los famosísimos huaraches de Jamaica (que no están en Jamaica sino a un lado de la estación del metrobús Mercado Morelos).
El lugar tiene 80 años y es un negocio familiar atendido principalmente por adultos mayores muy amables que nos ofrecieron inmediatamente la carta. Mi usual indecisión alcanzó niveles nunca antes vistos pues el menú mostraba fotos de los diferentes huaraches y quise probarlos todos. Al final, me decidí por el huarache “Doña Meche” que estaba cubierto de mole poblano con pollo desmenuzado y queso. Haru, con su renuencia acostumbrada a salir de su zona de confort culinario, escogió lo que pide siempre que visita ese lugar: un huarache con costilla y mucho, mucho aguacate.
Mientras esperábamos la comida, un trovador callejero llegó con su guitarra a amenizar la ocasión con música de tríos, y nosotras, dejándonos llevar por las melodías, levantamos nuestras copas (de agua de limón) para brindar por las buenas garnachas.
El huarache de mole estaba exquisito pero en cuanto vi la costilla de Haru, se me antojó (la costilla no Haru) y estuvimos de acuerdo en compartir. Aunque el sabor de la carne era buenísimo, estaba un poco dura y, como a mí no me gusta el pellejo, no lo disfruté tanto como al huarache de mole.
Ir a comer con Haru es siempre entretenido, pues sus manías tan particulares hacen de cualquier comida todo un espectáculo. En esta ocasión, se empeñó en cortar trozos simétricos del huarache y les colocó un pedazo de aguacate a cada uno de tal manera que parecían pequeños canapés (o más bien huarachés).
Terminamos más que satisfechas, juraba que no comería nada más en todo el día, sin embargo, en cuanto salí del lugar, recordé que nos habíamos saltado el postre así que, con un antojo renovado, nos embarcamos alegremente en busca del helado perfecto.


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martes, 2 de febrero de 2016

El tamal de la paz (con las manos en la masa)

Lista de cosas que hacen enojar a Bea:
1.       Quedarse sin comer
2.       Que me ponga a jugar rápido y furioso en las calles de la Ciudad de México.
Lo que no sabía era que la combinación de ambas podría resultar en un intento de pandicidio. Así fue como empezó nuestra visita a la Feria del Tamal en Coyoacán. La única razón por la que sigo respirando y por la que llegamos a nuestro destino era el tremendo antojo que ella tenía de tamales desde hacía una semana.
Entramos al museo de las Culturas Populares, hundidas en un silencio sepulcral. A pesar de todas las muestras gratis de tamales y atoles, no lograba que a Bea se le pasara el enojo. Empezaba a creer que era una causa perdida hasta que llegamos al puesto de Chiapas y alguien exclamó las palabras mágicas: “picte de elote”. En ese momento se dibujó una sonrisa en el rostro de mi compañera e inmediatamente pidió uno. Después de casi una hora sin dirigirme la palabra al probar el primer bocado del tamal me miró a los ojos y me dijo conmovida: “¡Sabe a mi abuela!”, ante el canibalismo implícito de la frase, mi rostro se descompuso en una mueca de incredulidad y espanto lo que provocó la súbita carcajada de Bea y corrigió: “O sea, sabe al tamal de elote que hacía mi abuela, dulce, consistente y suave al mismo tiempo”.
Ya con los ánimos repuestos, seguimos recorriendo la feria. Había puestos no sólo de varios estados de la República sino de Venezuela, Chile, Panamá, Colombia y Costa Rica. Muchos tamales se preparaban con crema, queso y salsa;algunos dulces llevaban lechera,nutella y/o frutas frescas.
En el puesto de San Pedro Actopan se ofrecía un tamal de gusano de maguey y Bea, más por morbo que por antojo, decidió probarlo. Al principio pareció gustarle pero cuando le salió el primer gusano descubrió que no era lo suyo. Yo me dejé seducir por un tamal de frijol bañado en mole que estaba buenísimo.
Algo que nunca habíamos comido eran los tamales rellenos de mariscos y ese día tuve la oportunidad de probar uno de camarón del estado de Puebla que estaba suculento, además de uno de manta raya y otro de pulpo ambos de Venezuela que, por cierto, fueron una experiencia verdaderamente religiosa (Jesús les manda saludos).

Para finalizar nuestra degustación, tomamos una bebida tradicional chiapaneca a base de cacao llamada “pozol” que, aunque estaba deliciosa, fue la cereza del pastel de masa que llenó nuestros estómagos hasta dejarnos casi en coma; así que regresamos a casa felices y despacito para que Bea no se enojara de nuevo.

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lunes, 25 de enero de 2016

Echando pata con las tostadas

Nos encontrábamos vagando por el sur de la ciudad, cuando me atacó un hambre feroz. Haru, al darse cuenta del peligro que corría, me llevó rápidamente a un lugar que ella conocía. En menos de dos minutos llegamos al Mercado de Coyoacán; la intención era probar los tacos de cecina que a Haru tanto le habían gustado. Sin embargo, al adentrarnos en el lugar de pronto nos vimos rodeadas de puestos de tostadas.
Como mis instintos asesinos empezaban a aflorar y los vendedores eran persuasivos, consideramos que lo más sensato era probar las dichosas tostadas. El menú era vasto, había pata, tinga, mole, cochinita e incluso mariscos. Yo andaba con ganas de echar pata… digo de echarme una de pata, mientras que Haru optó por la cochinita.
La velocidad con la que el “maestro tostero”preparaba los alimentos nos dejó anonadadas, los guisados parecían brincar de la cuchara hacía las tostadas.
En cuanto probé la pata supe que había sido una gran idea, estaba deliciosa y suave, se mezclaba perfecto con la lechuga, la crema y la salsa. A pesar de lo bien servida que estaba, me la terminé de dos bocados y enseguida pedí una de tinga, igualmente exquisita pues la carne sazonada con chipotle cumplió con las altas expectativas que la pata me había dejado.
A Haru la cochinita la dejó encantada, según ella es de las mejores que ha probado (y se ha echado muchas), pero el hechizo terminó con el mole que, aunque sabía bien, la temperatura no era la ideal, hay cosas que solo se deben comer calientes.

Ya mi hambre saciada y mi antojo satisfecho (pues había estado a dieta toda la semana) regresó mi calma y mi buena vibra habitual, Haru respiró aliviada y tranquilamente continuamos nuestro camino.

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martes, 5 de enero de 2016

Un caldo para cerrar el año

Habíamos llegado a una resolución: era vital cambiar nuestros hábitos alimenticios si queríamos continuar nuestra búsqueda garnachera y no morir en el intento (o pesar 200 kilos al final de año); así que ante la dieta inminente, habíamos planeado un fin de semana sin control y lleno de excesos para despedirnos de la obesidad. El gran final sería un atracón de mariscos, sin embargo, como siempre, las cosas no salieron como las planeamos y después de un sábado lleno de comida chatarra y de cerveza, nuestros estómagos se pusieron en huelga y manifestaron su furia enclaustrándonos en el baño. Para nosotras el Guadalupe-Reyes había terminado.
Conforme pasaban las horas y nuestros cuerpos se iban reponiendo decidimos que, de cualquier forma, necesitábamos algo especial para motivarnos a cumplir la dieta, así que nos dirigimos a un pequeño pero emblemático restaurante situado en los alrededores de la Basílica de Guadalupe: Caldos Zenón.
El lugar era un caos, la gente abarrotaba el sitio y los meseros no se daban abasto. Después de una espera que nos pareció eterna debido al hambre que ya veníamos arrastrando después del desastre nocturno, por fin nos asignaron una mesa y ordenamos rápidamente. Bea, retando a su suerte y a riesgo de sufrir otro episodio diarreico, pidió unas enchiladas verdes con pollo mientras que yo temerosa de Dios (que estaba ahí cerca) y de mi panza sólo pedí un caldo de gallina.
Para mi buena suerte, la comida no tardó mucho, puesto que Bea tiende a odiar al mundo cuando tiene hambre y generalmente se desquita con el ser humano más cercano (o sea yo).
Zenón es conocido internacionalmente por sus caldos y para un estómago convaleciente fue la mejor opción.  Las enchiladas de Bea aunque no fueron sobresalientes, calmaron los instintos asesinos que ya se habían apoderado de ella.

Tal vez no fue el atracón que habíamos planeado para cerrar el año pero fue una digna despedida. Por lo pronto, esperaremos a que nuestros estómagos se restablezcan para poder entrarle duro al camarón y a los mariscos.

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Meh... 

¿Cómo estuvo?

He tenido mejores...


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lunes, 4 de enero de 2016

Los placeres de la carne

¡Nuestro primer vídeo! Pasen a ver las delicias que encontramos en la feria de la barbacoa, ¡su vida no estará completa hasta que prueben la barbacoa de Rancho Las Cascabelas y Barbacoa don chilaquil creeannos! Y no se pierdan el cameo de nuestros amigos del grupo Grupo Trajineros Oficial y Granja la Abejita Contenta