martes, 1 de marzo de 2016

Nos echamos un caldo con la Güera

Era un sábado por la tarde, y como normalmente sucede, no teníamos dinero. Habíamos llegado al punto de pensar en vender nuestro cuerpo a cambio de comida hasta que el papá de Bea gritó desde el cielo (bueno, desde el piso de arriba): “¿quieren comer pescado?” Por supuesto, aceptamos; un ofrecimiento tan generoso es imposible de rechazar. Así que nos dirigimos al local de pescados y mariscos “La güera” cerca del Bosque de Tláhuac.
El lugar era acogedor y el ambiente agradable, incluso había un cantante que compensaba su falta de conocimiento del idioma de Shakespeare con las ganas que le echaba a sus interpretaciones de “Los bitles” y otros éxitos en inglés.
La mesera que nos atendió (por cierto una mujer sumamente cordial) nos recibió con una quesadilla de pescado guisado con distintas especias y verduras, la cual terminó en el estómago de Bea pues, como ya es bien sabido, no me gusta la cebolla.
En un lugar así, la comida es importante pero la bebida también y, como no hay nada mejor para acompañar el pescado que unas cervecitas, lo primero que hicimos fue pedir unas bien frías. Yo me quería ver moderada ante los papás de Bea así que pedí una Victoria pequeña. Bea, por el otro lado, aprovechando que sus padres pagarían, se dio gusto con una yarda saborizada con mango.
Al momento de ordenar los alimentos, inocentemente, le pregunté a la mesera si había mucha diferencia entre el caldo de mariscos grande y el chico. Me dijo que no y como mi hambre era abundante y apremiante, me atreví a ordenar el más grande. Sobra decir que cuando vi el tamaño del platillo, toda la moderación que me había propuesto se fue al demonio. Era el plato más grande que había visto en mucho tiempo, tenía tres pedazos de pescado, camarones gigantes y una jaiba descomunal. La comida de Bea no se quedaba atrás: era una mojarra enorme acompañada de papas, arroz y ensalada.
El caldo estaba delicioso y, aunque al inicio parecía que no me lo terminaría, ese día descubrí que mi capacidad para comer es mayor de lo que yo creía: no sólo me terminé el caldo, sino que además, le ayudé a Bea con su mojarra, la cual también estaba buenísima y compartimos unos duraznos con crema que ella se atrevió a pedir de postre (aún sin haberse terminado su platillo).

Como la prudencia y la moderación ya se habían perdido desde hacía rato, pedimos otro par de chelas para cerrar la cena con broche de oro y salimos rebotando alegremente del lugar.

A primera vista

Estoy enamorada

¿Cómo estuvo?


Orgásmico

Una foto publicada por Garnacha Porn (@garnacha_p_o_r_n) el

Una foto publicada por Garnacha Porn (@garnacha_p_o_r_n) el

No hay comentarios:

Publicar un comentario