lunes, 15 de febrero de 2016

El huarache del Papa

Ese fin de semana teníamos un plan bien establecido, la idea era vegetar viendo películas de terror hasta morir de miedo o quedarnos dormidas en el intento, pues debido a la visita del Papa estaban cerradas todas las vialidades cercanas. Sin embargo, antes de embarcarnos en una tarea tan ardua teníamos que recargar energías y a Haru se le ocurrió, desafiando la cuaresma, ir a degustar los famosísimos huaraches de Jamaica (que no están en Jamaica sino a un lado de la estación del metrobús Mercado Morelos).
El lugar tiene 80 años y es un negocio familiar atendido principalmente por adultos mayores muy amables que nos ofrecieron inmediatamente la carta. Mi usual indecisión alcanzó niveles nunca antes vistos pues el menú mostraba fotos de los diferentes huaraches y quise probarlos todos. Al final, me decidí por el huarache “Doña Meche” que estaba cubierto de mole poblano con pollo desmenuzado y queso. Haru, con su renuencia acostumbrada a salir de su zona de confort culinario, escogió lo que pide siempre que visita ese lugar: un huarache con costilla y mucho, mucho aguacate.
Mientras esperábamos la comida, un trovador callejero llegó con su guitarra a amenizar la ocasión con música de tríos, y nosotras, dejándonos llevar por las melodías, levantamos nuestras copas (de agua de limón) para brindar por las buenas garnachas.
El huarache de mole estaba exquisito pero en cuanto vi la costilla de Haru, se me antojó (la costilla no Haru) y estuvimos de acuerdo en compartir. Aunque el sabor de la carne era buenísimo, estaba un poco dura y, como a mí no me gusta el pellejo, no lo disfruté tanto como al huarache de mole.
Ir a comer con Haru es siempre entretenido, pues sus manías tan particulares hacen de cualquier comida todo un espectáculo. En esta ocasión, se empeñó en cortar trozos simétricos del huarache y les colocó un pedazo de aguacate a cada uno de tal manera que parecían pequeños canapés (o más bien huarachés).
Terminamos más que satisfechas, juraba que no comería nada más en todo el día, sin embargo, en cuanto salí del lugar, recordé que nos habíamos saltado el postre así que, con un antojo renovado, nos embarcamos alegremente en busca del helado perfecto.


A primera vista

Estoy enamorada

¿Cómo estuvo?

Orgásmico


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martes, 2 de febrero de 2016

El tamal de la paz (con las manos en la masa)

Lista de cosas que hacen enojar a Bea:
1.       Quedarse sin comer
2.       Que me ponga a jugar rápido y furioso en las calles de la Ciudad de México.
Lo que no sabía era que la combinación de ambas podría resultar en un intento de pandicidio. Así fue como empezó nuestra visita a la Feria del Tamal en Coyoacán. La única razón por la que sigo respirando y por la que llegamos a nuestro destino era el tremendo antojo que ella tenía de tamales desde hacía una semana.
Entramos al museo de las Culturas Populares, hundidas en un silencio sepulcral. A pesar de todas las muestras gratis de tamales y atoles, no lograba que a Bea se le pasara el enojo. Empezaba a creer que era una causa perdida hasta que llegamos al puesto de Chiapas y alguien exclamó las palabras mágicas: “picte de elote”. En ese momento se dibujó una sonrisa en el rostro de mi compañera e inmediatamente pidió uno. Después de casi una hora sin dirigirme la palabra al probar el primer bocado del tamal me miró a los ojos y me dijo conmovida: “¡Sabe a mi abuela!”, ante el canibalismo implícito de la frase, mi rostro se descompuso en una mueca de incredulidad y espanto lo que provocó la súbita carcajada de Bea y corrigió: “O sea, sabe al tamal de elote que hacía mi abuela, dulce, consistente y suave al mismo tiempo”.
Ya con los ánimos repuestos, seguimos recorriendo la feria. Había puestos no sólo de varios estados de la República sino de Venezuela, Chile, Panamá, Colombia y Costa Rica. Muchos tamales se preparaban con crema, queso y salsa;algunos dulces llevaban lechera,nutella y/o frutas frescas.
En el puesto de San Pedro Actopan se ofrecía un tamal de gusano de maguey y Bea, más por morbo que por antojo, decidió probarlo. Al principio pareció gustarle pero cuando le salió el primer gusano descubrió que no era lo suyo. Yo me dejé seducir por un tamal de frijol bañado en mole que estaba buenísimo.
Algo que nunca habíamos comido eran los tamales rellenos de mariscos y ese día tuve la oportunidad de probar uno de camarón del estado de Puebla que estaba suculento, además de uno de manta raya y otro de pulpo ambos de Venezuela que, por cierto, fueron una experiencia verdaderamente religiosa (Jesús les manda saludos).

Para finalizar nuestra degustación, tomamos una bebida tradicional chiapaneca a base de cacao llamada “pozol” que, aunque estaba deliciosa, fue la cereza del pastel de masa que llenó nuestros estómagos hasta dejarnos casi en coma; así que regresamos a casa felices y despacito para que Bea no se enojara de nuevo.

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